jueves, 17 de junio de 2010

La edad media en Mexico.



Interpretar la evolución social reciente de México como un proceso que comparte rasgos con la Edad Media europea es una propuesta que tiene sustento tanto en las cifras oficiales -por ejemplo, las de distribución del ingreso- como en lo que cualquier observador atento puede percatarse: el país se encamina hacia una especie de rigidez o congelamiento de su estructura social.

Para mejor entender el sentido de la afirmación anterior hay que comenzar por la definición. ¿En qué sentido el México del siglo XXI, inmerso en la vorágine de la globalización, podría ser medieval? Hace tiempo Luis Weckmann se embarcó en una magna empresa: descubrir las herencias de la Edad Media que la conquista española trajo a México en el siglo XVI (La herencia medieval de México [1984]). Pero ése no es aquí el punto sino otro muy contemporáneo. En el mundo del medioevo la estructura social era, al menos en principio, inmóvil. Quien nacía de padre pastor se quedaba como tal el resto de su vida e igual destino esperaba a toda su descendencia por más capaces que fueran de desempeñarse bien en otras actividades. De igual manera, quien nacía noble, noble se quedaba para siempre y lo mismo sus hijos y los hijos de sus hijos; no importaba que fueran verdaderos imbéciles, su destino era ser propietarios y recibir el homenaje y servicio de los vasallos, ser líderes sin importar sus capacidades de mando, de ahí lo frecuente del "príncipe idiota", pues al final lo último no quitaba lo primero. En ese mundo apenas si la Iglesia representaba, para algunos pocos poseedores de buena suerte y de una inteligencia notable, la única vía por donde podían escapar a un destino mediocre. Por cierto que esa Iglesia supo cómo hacer de esa peculiaridad del mundo que la rodeaba una de las fuentes de su indudable fuerza en la época.

La Nueva España no fue precisamente un modelo de movilidad social, aunque la tuvo. Y es que en ese capitalismo colonial un conquistador exitoso o un comerciante podía terminar con un título de nobleza, pero para la enorme mayoría nacimiento y raza eran destino. Sin embargo, la Independencia trajo cambios notables, abrió oportunidades, y el mejor ejemplo de ascenso social lo tenemos en Benito Juárez, personaje que, literalmente, rompió todas las barreras sociales y culturales. Sin tener que pasar por la vía eclesiástica transitó de indígena y pastor a estudiante, a abogado, a gobernador, a ministro y, finalmente, a presidente de la República. Obviamente, Juárez fue un caso raro de gran salto social; en el mundo mestizo los ejemplos fueron más numerosos y el general Porfirio Díaz fue una buena muestra de ello. Sin embargo, el Porfiriato mismo, al madurar como un orden oligárquico y autoritario, llevó a disminuir notablemente la movilidad social.

La Revolución Mexicana fue, entre otras muchas cosas, ese remolino que "alevantó" a muchos -sobre todo de la pequeña clase media rural, como Obregón, Calles o Cárdenas- y mandó a la oscuridad social y política e incluso económica a buen número de los que todavía en septiembre de 1910 habían visto las cuidadosamente preparadas "fiestas del centenario" desde los palcos de la elite. La tesis de José Iturriaga en su clásico (La estructura social y cultural de México [1951]) no fue otra que mostrar con cifras la gran apertura que significó la Revolución Mexicana -y el administrador de su legado, el PRI- al permitir que personas de la gleba engrosaran el sector medio de la sociedad.

La posrevolución con la no reelección, con su partido de masas, con sus programas educativos, con un sector público no muy eficiente y poco honesto pero muy activo (empresas paraestatales, banca de desarrollo, programas de infraestructura, etcétera) mantuvo relativamente abierta la puerta de la movilidad social, especialmente si se le compara con las condiciones de otros países latinoamericanos. Ernesto Zedillo es un buen ejemplo de cómo en los 1960 y 1970 aún era posible, vía la educación pública y los programas de becas, pasar de una baja clase media a la alta tecnocracia oficial e incluso llegar a la Presidencia. Pues bien, todo lo anterior empezó a cambiar rápida y drásticamente con el advenimiento del neoliberalismo y su incapacidad para mantener el dinamismo de la economía (el crecimiento real promedio del PIB a partir de 1982 ha fluctuado entre el 0.5 y el 1 por ciento) y se agudizó a partir de que los panistas se hicieron cargo de lo que quedó del poder político.

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